24/02/20

DIANA PARDON, CARTOGRAFÍAS CONTINGENTES: LA ESTÉTICA COMO SUMA DE POSIBILIDADES

Il faut penser l’impossible
pour saisir tout le champ
du possible

Henri Lefebvre, La production de l’espace, 1974.

El siglo XXI irrumpió en medio de una contundente proliferación de prácticas artísticas vinculadas a las nociones de espacio, territorio, geografía y cartografía, pareciendo confirmar la hipótesis de la supremacía de lo espacial frente lo histórico. Esta posibilidad, conjugada en el interior del llamado SpatialTurnpartía de la base de que si la historia era el objeto de la modernidad el espacio debía serlo de la posmodernidad, asumiendo aquella consigna del “fin de la Historia”[1]. Este escenario nos permite reconocer un debate generado desde entonces acerca de una reconfiguración de la imaginación geográfica y una voluntad de repensar la propia lógica de la cartografía, ya sea desde un punto de vista político, epistemológico, o estético[2].
Si bien es cierto que una investigación pormenorizada nos desvela una diversidad de prácticas artísticas relacionadas con el fenómeno que hemos brevemente descrito y algunas de las cuales hemos ubicado desde los inicios de la primera mitad del siglo XX, parecen identificarse ciertos discursos comunes en buen número de trabajos realizados desde los años noventa hasta nuestros días[3]. En este sentido, sospechamos que dicho arranque se vio motivado, por un lado, por la reivindicación de los experimentos de la Internationale Situationniste que se dio durante aquellos años; por la difusión y asimilación del legado posestructuralista de teóricos como Michel Foucault y especialmente Gilles Deleuze y Félix Guattari; así como por la aparición de un nuevo ecosistema contracultural que se extendió a través de protestas y acciones de activistas y artistas durante esa misma década, como en la primera cumbre internacional sobre ecología y medioambiente organizada en Río de Janeiro en 1992[4]. 

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